Este verano, tuve el privilegio de pasar un mes en el programa Impacto de Horizontes Mundiales. Crecí mucho gracias a él, desarrollando mis dones y habilidades de liderazgo como parte del equipo. Lo que me impactó al reflexionar sobre el mes fue lo variada y práctica que fue la capacitación.
Al comenzar en Gales, la aventura fue fundamental: buscamos comida en una playa, acampamos en las montañas Brecon Beacons, exploramos cuevas y saltamos desde un acantilado en un cañón. Estas experiencias nos enseñaron sobre la supervivencia y la confianza mutua como equipo. De vuelta en el centro, escuchamos a misioneros experimentados hablar sobre adaptación cultural, contextualización bíblica (que disfruté especialmente) y oración.
Algo que me supuso un reto, pero también fue muy emocionante, fueron las clases prácticas de electricidad, mecánica de motos y medicina de urgencias. Nos pusimos manos a la obra, desde cablear circuitos funcionales con bombillas y paneles solares hasta desmontar una moto en miniatura. Incluso salimos a los parajes salvajes de Londres para ayudar con un caso (simulado) de hipotermia. Todas estas experiencias me enseñaron que salir de la zona de confort no da miedo, sino que es una forma maravillosa de ganar confianza.
Después de nuestra estancia en Gales, nos trasladamos a Luton, donde nos unimos a la iglesia en la evangelización callejera y su ministerio comunitario. Conocer las creencias de diversas religiones me permitió sentirme más informado al visitar una mezquita y un templo sij. Esta enseñanza también me ayudó a involucrarme con mayor empatía en las conversaciones que tuvimos en la calle. Un momento destacado del mes fue el café comunitario en el que colaboramos: me sentí honrado de servir, compartir una comida y conectar con la gente que vino.
En Londres, disfrutamos de la enseñanza del pastor de una iglesia árabe y dos días de capacitación médica. Algo que me conmovió especialmente fueron los testimonios que escuchamos, que ampliaron mi perspectiva y mi interés por la iglesia global.
Tomamos el Eurostar hacia el norte de Francia y fuimos bendecidos por la hospitalidad que recibimos. Al participar en un servicio religioso francés y ayudar con la jardinería, aprecié lo arraigados que estábamos con la comunidad local, aunque fuera por poco tiempo. Para terminar el mes, tuvimos una preciosa fiesta de despedida, donde disfrutamos de deliciosa comida francesa y vimos un video resumen de nuestro mes juntos.
Vivir en equipo durante un mes fue una alegría enorme: me reí mucho y conocí profundamente a gente de diferentes culturas. Esto hizo que fuera muy difícil irme. Al ver los acantilados blancos de Dover en nuestro ferry de regreso a casa, agradecí todo lo que había aprendido, en quién me estaba convirtiendo y a todas las personas con las que estuve durante este mes.
Si estás buscando una introducción a la misión profunda, amplia, aventurera y práctica, no podría recomendarlo más.
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